El Amor de una Madre, La Fuerza de un Ángel: La historia de resiliencia de Yolanda
- Their Strength. Our Words

- 2 may
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Bienvenidos al extraordinario viaje de Yolanda Iglesias: cómo la pérdida de su hijo, su ángel, Enrique, transformó su vida de maneras que jamás podría haber imaginado.
Al comienzo de cada entrevista con las mujeres extraordinarias que presentamos, les pedimos que definan una palabra que capture su esencia. Siguiendo nuestro último artículo sobre Kelly Lizano, continuamos esta tradición pidiéndole a Yolanda que definiera adaptación, una palabra que, innegablemente, ha vivido en carne propia. Su respuesta: “una lección, el constante impulso de aprender”. Yolanda tuvo que aprender a vivir de manera diferente, sin la presencia física de alguien que significaba el mundo para ella. Cada día, se despertaba preguntándose: “¿Cómo superó hoy?”. Tenía que mantener unida a toda su familia, incluyéndose a sí misma. Habló de aprender a “respirar, caminar y sentir de nuevo” y, en última instancia, de poder agradecer al mundo todo lo que había aprendido. En los primeros 30 segundos de la entrevista, dijo: “No siento que tenga derecho a no seguir adelante”. Perder a un padre te convierte en huérfano, pero perder a un hijo… no hay palabras para ese dolor. Si esto no es resiliencia, no sé qué lo es.
La historia de Yolanda comienza como la de una mujer que, desde el momento en que nació, supo que quería ser madre, específicamente, madre de tres. Hoy, es la orgullosa madre de tres hijos maravillosos y describe tener la familia perfecta, su sueño hecho realidad. Entonces, de repente, su mundo se puso patas arriba. El reloj parece detenerse cuando los médicos le dijeron que a uno de sus hijos, Enrique, su hijo mediano, le habían diagnosticado un cáncer de huesos agresivo con tan solo 13 años.
Yolanda recuerda entrar en la habitación de Enrique después de escuchar la devastadora noticia. Él estaba sentado en su cama con una amplia sonrisa y le dijo: “¿Qué pasa, mamá? Parece que has visto un fantasma”. Recuerda cómo sus labios estaban tan blancos que Enrique, a su manera típica, también lo notó y añadió: “Tienes los labios muy blancos”. Era su manera de reconocer las malas noticias que acababa de recibir. A partir de ese momento, Yolanda se hizo una promesa a sí misma: siempre llevaría pintalabios, pasara lo que pasase. Tenía que volver a casa con Enrique, no decir nada y despertarse al día siguiente para enfrentarse a lo que ella llama “el pasillo del diablo”. Incluso ahora, no puede entender cómo superó ese día.
A pesar de perder el pelo y luchar contra una enfermedad brutal, Enrique conservó un espíritu hermoso del que Yolanda tuvo la suerte de aprender. Desde el principio, los médicos le dieron pocas esperanzas. Las probabilidades eran muy escasas, pero Yolanda y Enrique se aferraron a la esperanza durante dos años y medio más. Esos años estuvieron llenos de dolor, pero hubo algo que lo hizo soportable: Enrique. Ponía canciones en el salón, como “¿Qué harás cuando me vaya?”, y bromeaba: “¡Ay, mamá, te dejo con estos dos hermanos molestos y papá; más te vale tener paciencia!”. Sus bromas le levantaban el ánimo, incluso mientras la preparaba suavemente para lo inevitable.

Un día, cuando Enrique estaba muy enfermo, expresó su deseo de visitar el mar. Ese momento despertó el amor de Yolanda por el océano, cuando Enrique dijo: “Mamá, mira de cerca. Imagina que no estoy aquí, que nunca salgo del mar, luego mira más allá, al horizonte. Siempre estaré ahí”. Fue un momento poderoso que se quedó grabado en ella para siempre. También visitaron un parque temático, donde Enrique animó a Yolanda a subir a una de las atracciones más aterradoras, a pesar de ser su mayor miedo. “Si no lo afrontas, nunca desaparecerá, mamá”, le dijo. Subieron cada vez más alto y, justo antes de la caída, Enrique dijo: “Mira de nuevo, mamá, mira el mar, el sol”.

Yolanda dedicó toda su energía a hacer que los últimos dos años de Enrique fueran lo más significativos posible, asegurándose de que viviera con la mayor alegría posible. Pasaron los meses de su enfermedad viajando juntos, exprimiendo cada momento de alegría. Estos recuerdos agridulces —visitar lugares hermosos, reír a través del dolor y vivir plenamente a pesar de las circunstancias— son los tesoros que Yolanda guarda más cerca de su corazón. Recuerda cómo, incluso en medio de su sufrimiento, Enrique les preguntaba a los médicos: “¿Cuándo podré volver a jugar al waterpolo?”. El médico sabía que no podría, pero ella lo hizo posible. Organizó un partido y, aunque Enrique estaba demasiado enfermo para jugar, marcó su último gol con orgullo. Yolanda no lloró en ese momento, aunque otros lo esperaban. No lloró porque todo lo que sentía era orgullo por su hijo, y uno llora por tristeza. Enrique le mostró el video de su último gol a su médico, quien se emocionó hasta las lágrimas. Para Yolanda, ese fue uno de los recuerdos más difíciles: ver a Enrique comprender que nunca volvería a jugar.

Enrique vivió más en sus 16 años que muchas personas en toda una vida. Yolanda lo reviviría todo de nuevo, solo por tener esos 16 años con él.
A medida que su condición empeoraba, Yolanda inevitablemente tuvo que dejar volar a su increíble ángel. Recuerda cómo tuvo que aprender a sedar a Enrique y cómo, en sus últimos momentos, toda la familia acampó en su habitación. Recuerda apartarse para ir al baño y, al regresar, mirar por la ventana y ver dos pájaros elevándose hacia el cielo. Justo entonces, Enrique dejó de respirar: había volado muy alto. Los siguientes momentos fueron los más difíciles de la vida de Yolanda. Tuvo que preparar a Enrique para la funeraria e insistió en ser ella quien lo hiciera. Nadie más tenía permitido hacerlo. Se quedó con él durante casi dos horas, completamente quieta, absorbiendo su calor, algo que llevará consigo por el resto de su vida.
Cuando llegó el momento del funeral de Enrique, Yolanda se negó a vestir de negro. Enrique una vez había dicho que no quería “negro como las cucarachas”, así que se puso su vestido favorito. Dos días antes de su fallecimiento, habían estado planeando un viaje a Zanzíbar. Aunque Enrique fue más allá de Zanzíbar ese día, tenía un último deseo: un tatuaje con la palabra Sonríe. Era algo que había aprendido de su madre: “Incluso en los peores momentos, sonríes, mamá”. Y eso es exactamente lo que Yolanda hace cada día. Reflexiona sobre lo privilegiada que es por haber tenido a Enrique en su vida y sabe que, a pesar del dolor, es profundamente afortunada. No puede permitirse fallar cuando tiene tanto que agradecer. Enrique, incluso sedado, había preparado un regalo para su madre en su cumpleaños, así que una semana antes, pidió a algunas personas que lo hicieran realidad; incluso dormido, se las había arreglado para mimar a su madre.
Yolanda se enfrenta al público casi a diario, ya que dirige algunos restaurantes exitosos en Madrid. Sin embargo, detrás de las sonrisas y la perfección que inevitablemente tuvo que proyectar, revela la gran dificultad de mantener una imagen de fortaleza mientras a veces se pudre por dentro. Reitera, una y otra vez, que nunca tuvo la libertad de sentir lástima por sí misma; tenía que mantenerse firme, sabiendo que Enrique, de alguna manera, seguía velando por ella. Era un sentido de responsabilidad, un recordatorio de que su fortaleza era un legado que debía honrar.
Viajó a México, un lugar con el que ella y Enrique una vez soñaron caminar juntos, después de ver su película favorita, “Coco”.
A pesar de todo el dolor, tenía que seguir sonriendo. También reitera que no hay nada que la detenga, que no le tiene miedo a nada y que ha logrado triunfar sobre la mayor adversidad. Dice: “Podría viajar al otro lado del mundo, pero lo único que me ata es mi rasgo más puro: el amor”.
Así que no, esta no es una historia con un final feliz tradicional. Pero Yolanda insiste en que esto no la convierte en una historia infeliz. Ella es una mujer feliz. Una mujer exitosa. Una mujer de tres hijos. Sabe que ser infeliz significa vivir una vida sombría, y su vida ha sido un viaje lleno de la felicidad de sus seres queridos. Incluso habló con Enrique sobre hacerse un tatuaje, un pequeño símbolo de Sonríe, igual que el suyo. Enrique, riendo sin parar, la tomó del pelo: “Mamá, sé un poco original, ¡no me copies!”. Así que Yolanda decidió tatuarse un pajarito, un símbolo de libertad, con la “é” dentro. El pájaro representa vivir en el presente, porque, como dice Yolanda: “No en el pasado, y quién sabe qué pasará en el futuro; no, ahora. Porque lo que tengo ahora, rodeada de todos vosotros, eso es especial. Y eso es ahora”.
Durante la entrevista, me encontré preguntándome: ¿Cómo puede esta mujer llevar tanta fuerza y compartir palabras tan inspiradoras después de todo lo que ha pasado? En ese momento, comprendí la lección que había aprendido: la única persona que le enseñó a sobrellevarlo todo fue el propio Enrique. Cuando nos despedimos, mi hermana le dijo que se “mantuviera fuerte”, y ella respondió: “No, no soy fuerte todos los días, pero resiliencia tengo para mí, para ti y para toda la manzana de vecinos”.
Gracias, Yolanda, por compartir tus maravillosas palabras ❤️
Escrito por: Daniela Caro. Entrevistado por: Daniela Caro.
